Aquellos años 80 de mi juventud transcurrieron en Camagüey Cuba, muchos de nosotros llenos de ansias por descubrir lo que pasaba fuera de nuestras fronteras, encontramos casi de forma natural un lugar donde se podía tener una idea de lo que pasaba en el ‘’mundo exterior’’, y era que allí se podía compartir un Casete, una revista, saber de la moda que se llevaba o simplemente una noticia de lo último que se hacía en el mundo artístico, y que por los canales normales de comunicación, no te llegaba o te llegaba muy tarde.
Esas noches de largas charlas, las
compartíamos en la ´´Plaza de los Trabajadores´´ como nos dijeron que se
llamaba, y que después yo supe que su nombre original era Plaza de las
Mercedes.
Todo transcurría en un ambiente sano,
por donde pasaban las muchachas más bonitas de la ciudad, que además exhibían lo
nuevo que le habían mandado a cuenta gotas de ´´ afuera ´´ o que habían
adquirido a un muy alto precio, fuera del mercado tradicional que nos imponían
unas tiendas llamadas ´´casas de la
amistad´´ donde también a muy alto
precio nos ofrecían lo último que se llevaba en la Unión Soviética, Rumania o
Bulgaria, pero de muy poca variedad, y facturados a gustos ilógicos a lo que se
debe llevar en el caribe. Recuerdo unos de esos abrigos y unas frazadas rusas,
que daban una picazón insostenible.
Aquel ambiente en que nos encontrábamos
cada noche, y en el cual comenzaban a aparecer las primeras videocaseteras,
consideradas por algún extremista , como prohibidas de vender en el mercado
normal por ser ´´ diversionismo ideológico´´, pudo ser burlado no sé de qué formas
por las contadas personas que podían
viajar al exterior o venían de visita,
siempre se hablaba de que los marineros eran los mayores afortunados en
eso de introducir las Videocaseteras y otros artículos vedados o escasos. Así
en ese Bazar de ideas y de intercambio la gente podía llevarse a casa, comprado
o prestado, un Casete y ver casi que en primacía lo que se hacía en Hollywood o
escuchar el último disco de Phil Collins o Camilo Sesto, en casa de un amigo
privilegiado, que tenía uno de aquellos adelantos tecnológicos.
Por eso algunos de los que combatían el
´´ diversionismo ideológico´´ veían en los muchachos del comercio, como le llamaban, a los que vivían
en el centro de la ciudad o acudíamos a ella, como tipos sospechosos de tergiversar
o poner en riesgos la verdadera formación del ‘’ hombre nuevo’’ y trataban de buscar maneras de poder acabar
con aquellas citas espontáneas, que tenían como única plataforma ser parte del
mundo en que vivíamos. La plaza de las
de las Mercedes o de Los Trabajadores, ha cambiado como todo en
la vida , pero lo que no ha podido cambiar son los recuerdos de aquella hendija
que cada noche se abría a nuestras ansias por ser parte del universo
y que hoy perduran en mi memoria.
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