Blog que aprovecha los diferentes estilos del periodismo, en pos de una lectura entretenida. Graduado del Instituto Superior de Artes de Cuba, en Comunicación Audiovisual. De Camagüey, Cuba. Radicado en Miami. davidser66@yahoo.es
jueves, 24 de julio de 2014
Cuentos del Camino.
Ese día como otros tantos, hacia un esfuerzo desesperado por llegar lo antes posible a Camagüey, pero la caída de la tarde me sorprendió bien lejos de mi casa, y dependiendo como siempre de lo que apareciera en el camino para poder transportarme. Una angustia empezó a recorrerme en la medida que la noche comenzaba a cundir el lugar. Me había quedado varado en un pequeño pueblo llamado Chaparra, en la costa norte del Oriente cubano. Estaba como a 8 horas de mi destino final, teniendo en cuenta lo irregular que es viajar por cuenta propia en Cuba.
Entonces decidí quedarme en la estación de ómnibus del pueblo, situada a un costado de una carretera que comunica a este con otros. Yo sabía que por aquella carretera al caer la noche podías prácticamente acostarte sobre ella y dormir, pues el transporte que de día era casi inexistente, de noche era algo así como un oasis en el desierto, era una de las etapas más difíciles, de la larga lista de esos momentos que se han vivido en la isla, casi de forma endémica. Entonces me resigne a esperar por una Guagua o Autobús, que saldría al otro día a las cinco de la madrugada con destino a la ciudad de Las Tunas, para de allí seguir rumbo a Camagüey.
Dormía sobre uno de aquellos rígidos y estrechos asientos de plywood, cuando a eso de las 3 de la Mañana, siento una voz parecida a un megáfono de circo, que gritaba a todo pulmón: “De pieee que se va a vender el desayunooo”. Aquello parecía algo fuera de todo sentido común, pero lo hacían para evitar grandes aglomeraciones debido a los escasos productos que para ofertar tenía la cafetería de la terminal, y de esa forma cumplían con ofertar algo, para que después nadie dijera, de que allí no se vendía nada.
Guiado por el impulso de los que se apuraban en alcanzar el mostrador, yo también apure mis pasos hacia ese lugar, donde una señora regordeta, aclaraba que nadie podía repetir. Se refería a que solo se venderían dos pequeñas bolas de pan por persona y un vaso de una infusión caliente echa con alguna planta medicinal. Aquella cola comenzó a avanzar en la medida que la dependienta, despachaba y cobraba. En ese momento es que me percato que aquellas bolas de pan divididas a la mitad, eran sumergidas por cada una de sus caras en una olla con agua de azúcar prieta que después ella volvía a colocar en su forma original, mientras el almíbar que el pan no era capaz de absorber rodaba por sus dedos y unas uñas descuidadas que delataban su falta de higiene.
Ante tal panorama, creí que una luz me había iluminado para evitar aquella agua de azúcar prieta que le era impregnada al pan, y cuando llego frente a ella, le digo la frase que me iba a salvar de aquello: <Compañera yo soy diabético, usted me pudiera dar el pan que me corresponde sin ese almíbar>. Entonces levanto su mirada autoritaria y me achicharro a quema ropa con su respuesta. < Lo siento compañero pero mi empresa me prohíbe violar las normas técnicas establecidas y este pan quiera o no quiera, va con almíbar>. Y con la misma me puso aquellas dos mitades de bolas de pan chorreante en mis manos, a la vez que me arrebataba el billete y cobraba el importe de la venta.
Pensé botarlos, pero también pensé que no sabía la hora en que yo iba a llegar a mi destino y encomendándome a la divina providencia, de que aquello, no fuera a provocarme males estomacales comencé a tragar sin más remedios. Mientras me alejaba escuchaba decir a la dependienta:<Vamos avancen y aprovechen que esto no se da todos los días>. Por suerte logré pasar aquel tormento de inmunización sin mayores contratiempos, que el de una aguda repugnancia.
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Me reí mucho con esta anecdota.
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