El día anterior, yo había quedado con
mi amiga María, en irnos hasta unas fincas agrícolas, en busca de poder
cambiar o vender algunos artículos que tanto en el campo como en la ciudad,
eran muy deficitarios , transcurría el año 1993 en medio de una inmensa crisis
de todo tipo y al cual le habían dado en
llamar “ periodo especial”. Pero la madrugada había sido lluviosa y yo me
resistía a ir, mientras mi amiga María, me dibujaba en mímicas los enormes
quesos, galones de leches y cuanto
cultivo existiera por esos lugares y que nosotros podríamos traer, y yo no
quería ir, mientras María me repetía que a ella las corazonadas nunca le fallaban
y que ese viaje prometía cosas muy buenas...
Logrado su propósito partimos con unos
naylons tapándonos la cabeza en busca de la salida de Camagüey hacia uno de
aquellos puntos de embarques, conocidos como los amarillos, y surgido a raíz
del colapso del transporte que anteriormente hacia esos recorridos mediante
ómnibus. “Afortunadamente” encontramos un camión sin techo en el cual yo
trataba de proteger a toda costa, un par de zapaticos de jovencitas y una
plancha eléctrica que mi madre me había dado para el trueque, y por otro lado
luchaba porque aquel viento que se multiplicaba debido a la velocidad del
camión, no me arrancara un vapuleante Naylon que apenas me protegía a medias.
Como si aquello no fuera nada,
María conversaba en el trayecto con los
que parecían ser moradores de la zona a la cual nos dirigíamos, sus diálogos
giraban a algo que durante muchos años ha estado presente y es ya casi un
reflejo condicionado de muchos cubanos de la isla “ La Comida”. Por ello María no paraba en su búsqueda de
información y sus diálogos exploratorios eran . “ Ya debe de haber mucho queso
y leche en Guáimaro porque hace días que está lloviendo, "¡ay vendita seas
primavera… Y los plátanos deben de estar
para cortar…”. Así sus interlocutores le hablaban de precios y cantidades, y
ella quería cada vez más por unas
botellas de Ron que llevaba , unas ropas de uso, y unos zapatos artesanales
hechos de suela de recamaras de camión y mezclilla, a los cuales le
llamaban “chupamiao”
Después de aquella lucha contra el
viento y la lluvia durante casi dos horas de viaje, nos bajamos en un lugar en
medio de un monte que tenía un terraplén que lo atravesaba y que nos esperaba
lleno de lodo y agua, pero María no desfallecía y me animaba confiada en su
corazonada de que algo bueno, nos esperaba… Mientras me repetía de que yo no fuera a dar baratas mis cosas
que esos guajiros tienen dinero y comida por cantidad. Ella los conocía desde hacía
mucho tiempo y creo que eran hasta parientes.
Cuando llegamos al lugar nos recibieron
con la alegría habitual conque los campesinos cubanos reciben a cualquier
visitante en sus casas, pero yo a pesar de ello notaba cierto recelo o interés
de que nosotros nos mantuviéramos en el portal, hasta nos sacaron unas sillas a
pesar de que la fina llovizna continuaba cayendo y en sus ráfagas de viento
lograban alcanzar el portal donde nos encontrábamos, por eso María aprovecho
que la parienta de ella que nos recibió, fuera en busca de un vaso de agua para
calmar una supuesta sed que María decía tener , para decirme…” Aquí hay gato
encerrao, pero eso lo descubro yo en diez minutos con esto, aunque se la tenga
que regalar” mientras me mostraba una de aquellas botellas de Ron que pretendía
brindársela al dueño de la casa.
Y la estrategia de María resulto a las mil
maravillas. Como a la media hora de
conversaciones y brindis, el hombre fue entrando en confianza mientras
saboreaba una y otra vez aquel Ron que a
mí me sabía a petróleo y fingía tomar.
Hasta que transcurrido ese tiempo de brindis con música ranchera mexicana, que
reproducía una radiograbadora soviética y recuerdos de cuando ellos eran
muchachos, el hombre dijo la frase mágica que María y yo esperábamos…” Familia
aquí estamos en confianza y espero no me defrauden…” (Y a María los ojos se le querían salir,
mientras el buen hombre esperaba de nosotros una respuesta de fidelidad ante la
confesión que nos iba a revelar) “… quiero decirles que aquí dentro, en la
cocina…hay, un toro muerto!!!.
El problema era que las leyes cubanas son muy
drásticas con la matanza del ganado, aunque sea tuyo, y aunque el señor de la
casa era incapaz de matar Res alguna por tal de no buscarse problemas con las
autoridades, y aquel animal que me mostraron sobre una enorme mesa, yacía descuartizado,
lo cierto era que había muerto debido a una descarga eléctrica que esa mañana
había caído sobre el árbol, bajo el cual el animal se protegía y lo había
matado por carambola, y la orden era que cuando un animal por causas como esas
o de enfermedad moría , había que quemarlo, pero primero tenían que tener una
orden de incineración emitida por un veterinario que daba fe de tal muerte y
con testigo de que la Res efectivamente iba a ser calcinada sin que le faltara
un pelo, pero la necesidad de alimentación del veterinario y de los testigos,
hacían que aquella supuesta quema terminara en una repartición de sus carnes.
Mientras llegaban el veterinario y los
testigos de la quema, ya María iba adelantando con un caldero lleno de bisteces
sobre un fogón. Confieso que nunca antes había visto tanta carne junta ni la
había comido por tanta cantidad. María
por su parte parecía quererse comer el toro entre ella y yo, mientras me repetía…” Mira prueba estos que
son Riñonadas, y estos que son filete, y estos otros…”.
Cuando ya la tarde anunciaba su
retirada, y nos aprestábamos a regresar
a casa con aquellos maletines y otras jabas llenas de carne, además de las
cosas que llevábamos para cambiar y que nunca lo hicimos, y yo la apuraba por
el regreso , pude observar que María,
que todo aquello que se llevaba le parecía poco, se metía unos grandes bisteces envueltos en
un viejo periódico Granma, en cada Teta,
mientras los Guajiros seguían su parranda y nosotros nos alejábamos rápidamente
mientras yo miraba el cielo y le daba las gracias.
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