EDIFICIO DEL TEATRO TASENDE . |
Fue a mediado de los 80 cuando llegué a un grupo de Teatro de la ciudad de Camagüey, llamado La Carreta, magnifica agrupación que poseía casi en su totalidad un colectivo actoral de primera línea, y creo no exagerar. Nos reuníamos en las noches en el Teatro Tasende de la calle Popular, y se montaban excelentes obras de autores cubanos y extranjeros, siempre con magnificas recepciones por parte de los espectadores. Algunos fines de semana nos presentábamos ahí mismo, o en el teatro Principal o visitábamos distintos pueblos y ciudades de varias regiones de Cuba. Pero aquel grupo como todo amplio colectivo, tenía sus personajes de la vida real.
Uno de esos personajes era una ¨ gran
actriz ¨ que había estado convaleciente
varias semanas por una enfermedad y al regresar, comprueba que una compañera la
había sustituido en un rol que a ella le habían asignado, pero que debido a la
demora en su recuperación, el director decidió seguir con el montaje y nombro a
otra actriz. Recuerdo que el día en que
se reincorporó la vi detenerse a la entrada de la sala
teatral y observar todo cuanto acontecía en el escenario mientras se ensayaba.
En ese momento algo pareció estremecerla de arriba a abajo.
Fue entonces cuando avanzó acentuando el movimiento de sus largos
brazos de manera retadora y con una furia en su mirada, llegar hasta el
escenario, y subiendo al mismo y sin que mediara saludo alguno le dijo a el
director, pero mirándole a la cara a la nueva actriz, y con tono desafiante lo
siguiente. “ Oye Cecilio ya estoy de regreso, no pases más trabajo que ese
personaje te lo doy yo en dos o tres días, porque tú sabes que lo mío es
aprenderme el texto y Ya!!!”. Mientras remarcaba una guapería de solar, nunca
antes vista en ese grupo. Es decir a
aquella amiga no le importaba en absoluto saber cómo era la psicología del
personaje, ni su interiorización, ni nada, pues lo más importante para ella era
¨el texto¨. Fue tal la intimidación que
logro causar en la otra actriz, que esa misma noche renunció, mientras aquella ¨ gran actriz ¨ disfrutaba de su triunfo y se
pavoneaba libreto en mano haciendo alarde de su memoria y anunciando que ya se
sabía las dos primeras escenas; a la vez
que era observada de forma atónita por el resto de los actores y actrices.
Otros de mis recuerdos tienen que ver con dos grandes de ese
colectivo y que todavía pudieran estar entre nosotros. La temperamental,
Bárbara Lorenzo Martorell, que tuvo que abrirse paso contra viento y marea,
hasta finalmente convertirse en una de las primeras actrices y escritoras
del grupo dramático de Radio Cadena Agramante, donde desarrollo una carrera
meteórica en el relativamente corto periodo de vida en que estuvo allí, y en este planeta.
El otro de mis recuerdo es para el sin igual
José Manuel Cocurull, excelente persona y amigo, poseedor de un humor y un
sarcasmo que yo disfrutaba mucho. Combinaba su pasión por el Teatro con su
excelente labor de profesional de la medicina, que además era matizada por su
devoción hacia la lectura y todo lo que fuera cultural, pero que contrastaba
con otras pasiones como aquella de jugar
la lotería, que le dio mucho y le quito más todavía.Era un jugador de cábalas
tremendo, siempre me decía que unos días antes o después de su cumpleaños, le tiraban la edad que cumplía, y
era verdad, y él cogía el número con mucha plata y festejaba
por todo lo alto, hasta que llego su aniversario 42. Comenzó a seguirlo como de
costumbre una semana antes, pero ese no iba a ser un buen año para las cábalas,
tanto que lo llevo a desprenderse de varias cosas personales en pos de
conseguir dinero y poder seguir jugándolo a pesar de los múltiples consejos que
le dábamos sus amigos para que se rindiera, pero no lo hacía y como ¨buen
jugador¨ necesitaba recuperar todo lo perdido.
El día que salió el 42 y cuando ya casi
debía de comenzar a seguir el 43, pudo cogerlo con apenas 10 pesos, lo que
significaba un premio de 700, pero eso no era ni la milésima parte de lo que
había perdido. Después y por múltiples
cosas de la vida y otras más, y en un momento donde ser un profesional no significaba mucho, me lo encontraba casi a
diario en el popular mercado del Rio llenando fosforeras, que le dejaban en
tres días, el salario de un mes en su anterior trabajo en un Hospital. Y él se
alegraba mucho de verme porque conmigo y algunos otros conocidos, que teníamos
que pasar obligadamente por allí en busca de comprar alimentos,
podía volver a lo que era su
pasión; el teatro, y la cultura en
general. Y así en una improvisada peña
debajo de un flamboyán donde tenía su mesa de fosforero y frente a un entrar y
salir incesante de clientes
y vendedores que vociferaban a todo pulmón, encontrábamos un espacio y entonces nos deleitaba con una
magnifica crítica sobre algún hecho artístico apreciado por él o nos daba una
breve y amena disertación sobre variados temas de salud o de lo cotidiano, en
medio de aquel atípico ambiente muy contrario a su formación, y lo
escuchábamos mientras no paraba en su
oficio con una habilidad asombrosa que dejaba ver sus dedos callosos y quemados
por el gas licuado con el cual rellenaba las fosforeras, pero sin dejar de sonreír, aunque esa sonrisa
a veces llevaba algún dolor escondido y así lo acompañó hasta su último día de
vida.
Otros compañeros del grupo y de igual
talento prosiguieron sus carreras como actores o en la formación de niños en su
labor como instructores de arte, o tomaron caminos allende los mares, y de vez
en cuando me los encuentro personalmente o gracias a las redes sociales, para
de nuevo evocar alguno de aquellos pasajes que nos permiten volver a vivir, y
desenfundar todos nuestros recuerdos y
deseos por el teatro y la cultura. De ellos y de otros temas pudiera hablarles
con más detenimiento, y seguramente en cualquier momento lo haré, cuando vuelva
por Camagüey, desde mi memoria.
Muy ameno tu blog.
ResponderEliminarAlex Leyva