sábado, 19 de septiembre de 2015

Sabores y Sinsabores de un tren llamado "El Moronero".


Si a lo lejos usted escucha a eso de las 2 y media de la mañana, por los altoparlantes de la estación de trenes de Morón, en la provincia cubana de Ciego de Ávila, que va comenzar la venta de boletines del tren 501 que saldrá una hora después para la ruta Morón- Camagüey pudiera no imaginar la cantidad de personas y hechos que aguardan, a lo que pareciera ser un horario descabellado, para un tren que cubre una distancia de apenas 150 kilómetros. Pero las circunstancias del transporte obligan.

Cuando llega el momento de la salida de “El Moronero” —como popularmente se le llama a este tren— y el chirrido de los viejos coches,  junto al pitar de su locomotora que por más de medio siglo  han cubierto esta y otras rutas, usted se enfrenta a la  segunda parte de una  aventura, que comenzó horas antes. 


Ahí  se da cuenta de la falta de una linterna para caminar sin el peligro de tropezar. O ser de los primeros en subir para no coger un asiento cerca de los baños casi siempre mal olientes. A partir de allí se toma un viaje que se sabe cuando sale, pero que por lo general, no se sabe cuándo llega.


Como si asistiéramos  a una obra teatral de corte tragicomedia, comenzara este rodar a bordo del “Moronero”. Yo recuerdo los vendedores de refrescos gaseados, elaborados  una y mil veces en las mismas botellas que son recogidas como perlas, por sus comercializadores, ante la falta de envases y que posiblemente olviden echarle aunque sea una breve lavadita,  así usted pudo haber salido perfectamente de salud y llegar a Camagüey, con un dolor de garganta que no puede más, y si con mil trabajos le reclama al vendedor que fue su botella la portadora de la gripe este le va a decir: - Que no, que seguramente fue el resfriado de la madrugada-.

También puede suceder que haga su viaje entre un Cerdo amarrado dentro de un saco con sus olores propios , unas intranquilas cucarachitas alemanas, tres racimos de plátanos, un saco de frijoles  y un reguetón a todo dar, y otros vendedores se desgaznatan anunciando la pizza caliente aquí, o el bocadito de jamón y queso, mientras un jubilado regaña a su nieto que quiere comprar de todo aquello, y este advertido de que no podía pedir nada en el camino por sus limitadas finanzas, le responde que no, que él solo le avisa para que sepa, mientras traga en seco al ver pasar las bandeja por su frente. 

Quizás uno pueda pensar que todo esto se puede sobrellevar, mientras no den la mala noticia,  que usted sabe le van a dar y que cuelga como un latigazo sobre sí. Usted comienza a sospecharlo  cuando el tren suavemente comienza a incorporarse a un ramal o desvió que existe en medio del camino, y el conductor en medio de aquel bullicio le dice que van a darle paso al tren 01 y al 04.  Eso significa atrasarse mucho más en aquel artefacto que avanza hacia Camagüey a velocidad de Góndola, mientras el sol ya comienza a apretar en el casi perpetuo verano cubano, y sus gotas de sudor comienzan a correr al sentir en aquellas cerradas estructuras temperaturas que dan la sensación de unos 50 grados y el olorcito del cerdo comienza a aumentar fruto de sus desechos fisiológicos. 

Ahí es donde a uno le vuelven a entrar unas ganas de irse del país, y se acuerda de la madre del dueño del tren.  Pero bueno hay que seguir, y como consuelo alguien te recuerda, que hay gente que está peor y te motiva  a comprar uno de aquellos  refrescos, ante los cuales debemos persignarnos antes de ser absorbidos. Total es un ciclo, ahí usted dejara su ADN para que otros  “Los disfruten”  mientras saborea otros que forman parte de la cadena. 

Entre las paradas no planificadas, roturas y esperas, la “confortabilidad” de sus asientos, el “aroma” de los servicios sanitarios y el “magnífico” paisaje casi siempre lleno del frondoso  marabú a un lado y otro, o la belleza de un palmar, o de un Bohío.  Entre el bajar y subir de estudiantes, o del  que va en busca de un turno con su médico, en fin de gente con sus múltiples cargas y esperanzas ya sea en, Pina, Ceballos, Ciego de Ávila, Gaspar, Piedrecitas, Céspedes, o Florida , porque son millares los lugareños de esos territorios que tienen muchas memorias, de ese molesto pero tan necesario medio de transporte, que cuando no sale a cumplir su ruta diaria, deja varada a miles de personas  que tienen que salir varios kilómetros en busca de  la vieja y estrecha carretera central, y de un transporte que alivie aquella desdicha de que el “Moronero” no pasara hoy. 

Transitar por la posible última parada, antes del destino final, situada en el caserío de Algarrobo, te hace sentir el  júbilo propio del fin de una tragedia. Estamos llegando a Camagüey. Y entonces uno vuelve a darse  cuenta de que el tren está muy lejos de la hora fijada en que debía de arribar.  Y para algunos que gustan de las venganzas quedará un alivio. Los que esperan sobre el andén por el retorno del tren a Morón, les espera el sol de la tarde que los castigará con más fuerza a ellos y los refrescos embotellados ya posiblemente, estén calientes. 


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